Emilio de Justo y Director potencian una victorinada de pasión española
Apasionante el broche de temporada. Para enmarcar la memorable faena de Emilio de Justo al último toro. De bárbara emoción, con una intensidad que rendía a Madrid. Al sol y la sombra, que era toda ya, con la noche completamente encima y la luna tratando de asomar por el velo de las nubes. Si el de Torrejoncillo no las acarició fue por culpa del acero tras una obra a más, a mucho más. De esas que desatan «oles» desgarrados cuando un torero se rompe con un toro. Lo llaman poner el alma. Y ‘sanseacabó’. Toda ella apostaba por Director, que así se llamaba el de Victorino, con movilidad y un fondo a más, espléndidamente explotado y exprimido por el cacereño, que entiende a los de la A coronada como nadie en estos momentos. Puro sentimiento, a izquierdas y derechas se abandonó. Hasta despojarse de la ayuda y desgarrarse al natural. Rugía la plaza en el cambio de mano y en aquella trincherilla que barría la húmeda arena. O en ese pase de pecho que bordaba como las mujeres de su tierra el ajuar del hijo que abandona el nido. Se ponían en pie Roberto y el Rosco en el 7; se rompían las palmas los de Extremadura y los de Cádiz en el 2. Hasta la Infanta Elena presagiaba la Puerta Grande. Porque el ambiente invitaba entonces a dar un paseo por las nubes en la noche madrileña. Sin embargo, la estocada no tuvo la muerte necesaria y precisó de dos golpes de verduguillo. Unánime la pañolada para entregarle una oreja de verdadero peso, el de la huella. De Justo y Director pusieron la guinda a una tarde de hispanas pasiones con una victorinada que vendió cara su vida. Muy cara. Hubo un toro de excepcional humillación, con un ritmo mexicano para paladear despacio, con esa clase soñada que traía Escusano, hijo de un número 56. Diligente era el bautismo del padre y en su nombre embistió con sones de la bravura excelsa. «¿Qué tiene que hacer un toro para ganarse la vuelta al ruedo?», se preguntaba el ganadero. Y lo cierto es que Escusano bien la hubiese merecido. Su magisterio puso Perera, el matador en activo con más salidas a hombros en la capital, que buscó terrenos y distancias para cuajar unos naturales de auténtica categoría, de cámara superlenta, con la tela a rastras y el hocico surcando la arena como Colón surcaba mares. En aquella embestida se hallaba el tesoro de la victorinada, la isla Guanahaní de la bravura, frente a un torero que ha dejado en su veinte aniversario un fabuloso poso. El pecado fue la extensión en una jornada de abultados avisos. ¿Dónde quedaba eso de faenas cortas? Más de dos horas y media duró la corrida. Por los pelos se salvó de oír el tercer recado después de aguardar toreramente en el estribo la muerte del cárdeno, que se la tragaba en una escena bellísima. Una oreja se ganó el torero y una ovación de lujo el toro. No fallaron sus hechuras, las de más guapa lámina del dispar sexteto. Ya en las verónicas se había visto su son. Como en los delantales de su rival del mano a mano, que no perdonó el quite. Cuánta nobleza derramó Escusano, tanta que cuando lo tuvo a merced no hizo por Miguel Ángel.Corrida de la Hispanidad Monumental de las Ventas. Sábado, 12 de octubre de 2024. Corrida de la Hispanidad, fuera de abono y última de la temporada. Lleno. Toros de Victorino Martín, cuatreños, serios dentro de la variedad de remates, de complicada y teclosa casta; destacaron la bravura excepcional del 3º, humillador y mexicano ritmo, y el bravo fondo del 6º. Miguel Ángel Perera, de sangre de toro y oro. En el primero, pinchazo, otro hondo y estocada atravesada (silencio tras aviso). En el tercero, estocada desprendida y descabello (oreja tras dos avisos). En el quinto, estocada desprendida (silencio). Emilio de Justo, de negro y oro. En el segundo, dos pinchazos hondos y estocada(saludos tras aviso). En el cuarto, seis pinchazos y estocada (saludos tras dos avisos). En el sexto, estocada trasera tendida y dos descabellos (oreja tras dos avisos).No sería el único milagro en Alcalá 237. La Virgen del Pilar, para la que sonó un coro de «¡vivas!», echó su divino manto cuando el cuarto se llevó por delante a Emilio de Justo y lo pisoteó por la cara, el pecho y la cintura. Una soberana paliza. Le faltaba el aire al cacereño, con un boquete en la taleguilla izquierda, pero allá que siguió. Cada vez más crecido a babor, el mejor lado de Pobrecillo, de enorme transmisión. Las Ventas ya estaba a sus pies, pero el acero se interpuso en el camino del posible premio. En el sexto llegaría la explosión definitiva dentro de un 12-O en el que el cielo tenía la llave del sí. Del sí a la celebración, del sí al triunfo, del sí a la casta. Teclosa y con complicaciones, variada desde el humillador tercero al que llevaba la cara por el palillo. De permanente interés y alto voltaje. Una tarde de toreros machos y de pasión española, potenciada por De Justo y Director, la guinda de la volcánica emoción.