La Nación y su Fiesta
De un tiempo a esta parte, la celebración de la Fiesta Nacional se ha convertido en una síntesis de los sentimientos ciudadanos y las realidades políticas que dominan el escenario español. Por un lado, es la oportunidad de muchos españoles de reiterar públicamente su afecto por la Corona y las Fuerzas Armadas, representantes ambas de la España constitucional de 1978. La primera, porque simboliza la unidad y permanencia del Estado; las segundas, porque tienen encomendada la defensa de la unidad territorial y el orden constitucional. Cuando arrecian las discusiones sobre la existencia de una nación, tanto histórica como políticamente, las sociedades buscan respuestas en las instituciones asociadas a la estabilidad y la certidumbre. Y los españoles las buscan en lo mejor de nuestro país. Las encuestas repiten este aprecio ciudadano por sus Fuerzas Armadas, las Fuerzas de Seguridad y la Corona. También es una jornada en la que, de forma espontánea, sin valor demoscópico, pero con el rasgo de la sinceridad, los asistentes al desfile militar expresan sus emociones, más que sus opiniones, sobre el gobierno de turno. En el caso de Pedro Sánchez, los abucheos que recibe, aun siendo inconvenientes en actos solemnes de esta naturaleza, se han convertido en un rito cuyo marco es la ofensa que recibe gran parte de la sociedad por los pactos políticos del PSOE con partidos que representan los valores opuestos a los de la Fiesta Nacional. No había más que echar un vistazo a las tribunas del desfile de ayer para comprobar la clamorosa ausencia de todos los socios parlamentarios de Sánchez, que al parecer no tienen nada que celebrar. No son escindibles de la jornada de ayer las polémicas interesadas que alienta la izquierda sobre el pasado español de Hispanoamérica. Maduro dijo que el 12-O celebra «el genocidio» y la nueva presidenta mexicana cometió la impertinencia de no invitar a Felipe VI a su toma de posesión. El discurso neoindigenista es tan falso como oportunista, adaptado a las necesidades de unos gobiernos deseosos de velar sus problemas internos con el fácil recurso al enemigo exterior. Cada cual es muy libre de revisar el pasado como crea oportuno. Pero ensuciar las visiones recíprocas de países fuertemente vinculados con el barro de la manipulación sólo consigue llevar a callejones sin salida la historia común de España y América.El 12-O celebra muchas cosas y una de ellas es una hazaña: la de llegar a América desde Europa para incorporar el Nuevo Mundo a la civilización occidental. Un movimiento histórico que, con otros protagonistas, se había producido antes en otras partes del mundo –Roma con Hispania–, y que seguiría produciéndose después. Eso sí, con importantes diferencias entre los comportamientos de unos y otros descubridores o conquistadores, respecto del sentido de su presencia en las nuevas tierras y su relación con las poblaciones indígenas. Es un tópico, pero cierto, referirse a las inmediatas construcciones de universidades, escuelas y catedrales en Hispanoamérica y a las leyes de derechos humanos que amparaban a los pueblos indígenas. También hubo abusos, sin duda, pero estos denunciantes que llegan tarde más de quinientos años después simplifican como propagandistas de la mentira una realidad histórica compleja, hallando réplicas en intelectuales e historiadores locales.La Fiesta Nacional se vive serenamente en el contexto de una sociedad democrática y libre como la española, sin incurrir en nostalgias patrioteras, ni comulgar con las mentiras de una izquierda en guerra permanente con la verdad y con la historia. Hay muchas razones para estar orgullosos de España sin tener que empañar este sentimiento con extremismos.