¿Dónde están esos partidos?
La corte de aplaudidores que acuden a foros con políticos le rió la gracia el otro día a Mariano Rajoy cuando, en el foro de La Toja , se preguntó que dónde están UPyD, Ciudadanos o Podemos. Nunca le he escuchado al expresidente del Gobierno una reflexión sobre por qué surgieron esos partidos. Fue percibir ese tonito irónico y que se me agolparan los recuerdos. Los consejos de administración de las cajas de ahorro, por ejemplo, que tan bien se repartió el añorado bipartidismo, hasta lograr su ruina. Una legislatura de mayoría absoluta en la que no hizo ninguna de las grandes reformas que están pendientes. Ese informe sobre la reforma de la universidad que el ministro Wert metió en un cajón. Esa cobardía para reformar la Ley Integral de Violencia de Género que ha dado combustible a Vox, del que vaticinó que pronto desaparecería, sin nombrarlo. La cara de imbécil que se nos quedó a tantos con el referéndum de Cataluña porque, antes, afirmábamos muy seguros que no, que no ocurriría, con ese gobierno plagado de altos funcionarios, de abogadas del Estado. La decepción de su discurso cuando finalmente ocurrió, que menos mal que luego vino el Rey. La escenita del bolso de Soraya Sainz de Santamaría en el escaño de Rajoy mientras se debatía la moción de censura que le expulsaría del Gobierno. Que le dio un poco igual, en el fondo, porque él tenía su plaza de registrador de la propiedad. A qué tipo de vida aspira quién oposita a registrador, por otra parte. A no complicársela mucho.Tenemos más recientes los ríos de tinta escritos sobre las autopsias de Ciudadanos o de Podemos. La certeza de que, en la era de la inteligencia artificial, los proyectos se los sigue cargando la torpeza humana, con emociones básicas de fondo, ya sea envidia, egocentrismo, sexo o amor en el hemiciclo. Se nos han ido olvidando las razones de su nacimiento, con su muerte tan reciente. Aquella sensación de orfandad política por la selección inversa en los grandes partidos, que acabó prendiendo en los nuevos. Pensar que debía haber una política que se enfrentara a los retos con datos, con evidencia y evaluación y no con proclamas vacías. Aquel negarse a que la democracia fueran unos cuantos portavoces en el Congreso mandando qué votar con sus dedos. Y aquí estamos de nuevo.Con un portavoz de un partido, Borja Sémper, que el día que se conocía la pifia de la votación del PP de la enmienda de la vergüenza que excarcela a etarras estaba subiendo un vídeo en redes desde el Museo del Romanticismo, preguntándose por lo romántico en la política.Las risitas de Rajoy. Qué dónde están. Como si no hubiera sido su indolencia la que los parió. En cualquier caso, con él en el registro de la propiedad, una quisiera pensar que su partido hubiera aprendido a ser más valiente, más hidalgo. No hay registro. Sólo la huella digital de Borja Sémper y la política romántica. Nos conformaríamos con políticos aburridos, incluso feos, que se sentaran una tarde tranquilamente a leerse y subrayar lo que les toca en comisión.