Dile a Bárbara que no llame más
Mi Españita está tan rara que el Rey Juan Carlos no puede venir a Galicia a pegarse una mariscada, pero Arnaldo Otegi se aparece por las esquinas como un reluciente príncipe de la paz y cualquier día nos lo beatifican en un documental. La última y definitiva santificación a la que asistimos en mi Españita es la de Bárbara Rey, una señora de la que se cuenta que grabó y fotografió encuentros de ‘vamonós’ y conversaciones con Juan Carlos de Borbón, y sometió a la Corona a un chantaje a cambio de millonarios beneficios. El chantaje es un delito contemplado en el Código Penal con hasta cuatro años de prisión a la espera de que lo borren los de ERC, pero asistimos aquí a una inversión de la culpa en la que se exonera a la chantajista y se condena a la víctima por caliente. Si se cambia el protagonista, la historia se entiende mucho mejor: pongamos que una imaginaria Yolanda Díaz fuera grabada sin su consentimiento siendo infiel a su pareja y chantajeada por su amante para conseguir supuestos favores y dinero en bolsas de basura ¿Se diría de ella que es una pardilla y una ligera de cascos? ¿Se hablaría de su bragueta? ¿Se harían públicos esas fotos, esos vídeos y esos audios y se le sometería a un juicio por un comportamiento moral reprobable? ¿Sería ella la culpable? Yo hace tiempo que no hablo de los cuernos de otros. Las conversaciones sobre alcoba las tiene uno con su hermano, con su amigo y, en el peor de los casos, con su esposo. Si el Rey Juan Carlos fuera mi amigo, me hubiera permitido recomendarle que dejara de lado cualquier relación que no fuera la de su mujer, pues es más conveniente vivir en el seno de un matrimonio basado en la lealtad y la fidelidad con el otro, por aburrido que resulte, que perderse en un laberinto guiado por los vaivenes de un coyuntural deseo. Que la pareja duradera basada en una unión incondicional es más deseable que cualquier otra opción y que la fidelidad siempre es mejor elección que cualquier aventura. Si me preguntan, lo mejor sería llevarle la contraria a Sabina y decirle a esa chica que no llame más, y huir de cornamentas y enredos de barra del bar del ‘lobby’ del hotel como de la peste por el bien del otro y de uno mismo. Claro que si defendiera en público la virtud del compromiso familiar del que prometió amar a otro todos los días de su vida, y lo hiciera en otro contexto que no fuera el del ‘affaire’ de Juan Carlos I, sería tachado de meapilas y de llevar en los bolsillos de las chaquetas las bolas de alcanfor de la carpetovetónica moral católica. Claro que el Rey no es mi amigo, pero ando muy divertido viendo cómo la Españita que clama al cielo por la impetuosa y juancarlista bragueta hasta ayer por la tarde desaconsejaba la monogamia, prescribía libertad, relaciones abiertas, poliamor y una canita al aire de la que ya se ha visto que solo trae la ruina.