El Mercado de la Cebada, 150 años como ‘plaza mayor’ de La Latina
Hay una foto, envejecida, pero no tanto, en la que un joven Joaquín Sabina posa, en actitud de ‘calavera chulesco’, en la trasera del Mercado de la Cebada. En la imagen se adivinan los productos ofertados en aquella época y forma parte de la esencia de un barrio que dispone, en el recinto, de su «plaza pública, plaza mayor », a decir de quienes tienen allí su forma de vida. Es día de ajetreo, como casi siempre, y en el que nos corresponde hay ajetreo en ese espacio de nadie de la puerta principal: donde el gentío se saluda con confianza y hay un entrecruce de voces. De voces que pueden llevar, y de hecho llevan, toda una vida haciendo eso mismo: entrecruzándose. Un repartidor, con su carretilla industrial, cede sonriente el paso a una señora, con su carro de la compra en un ascensor panorámico dentro del mercado más antiguo de Madrid. Para entender su importancia, los 150 años que se cumplen en 2025 de la manera que más o menos se conoce la lonja como tal, hay que ir muy atrás. Tanto como al siglo XVI, donde a cielo abierto se comerciaba con los frutos que daba el suelo madrileño entre la plaza de la Cebada y la cercana, hoy, de Puerta de Moros. De ese sustrato, lógicamente, se comprende el espíritu mercantil del enclave que a octubre del presente cuenta con «198 locales comerciales».Noticia Relacionada DeTapeo estandar No Varro: el nuevo bar de moda del barrio de Salamanca Adrián Delgado Este local ha forjado su tirón renovando el concepto de taberna castiza entre jóvenes que busca tapeo clásico, un toque ‘canalla’ y precios ajustadosLa historia es la que es. El año de 1875 contempla la inauguración con sus bases más sólidas, y de ahí la efeméride que se celebrará, el próximo junio, debidamente. Andando el tiempo, casi un siglo más tarde, en 1958, los comerciantes se constituyeron en cooperativa «con el fin de financiar, con sus propios medios, la construcción de un nuevo edificio tras su derribo unos años atrás». Y en 1962, con este desembolso, se erige una construcción que de alguna manera recuperaba ‘el aire’ con el que se erigió el de 1875.Quien aporta los datos históricos es Marta González, gerente desde el año 2015, que, habiendo cursado Turismo y después culminado ADE, exhibe una ilusión contagiosa respecto a su negociado. Ejerce como la «cuarta generación de La Cebada, tercera con el recinto cubierto», y su infancia son recuerdos de jugar entre los productos de la huerta, corretear entre los tenderos, «hacer los deberes allí mismo».madrid_dia_0703Ve, desde la planta alta, al lado de un mural del madrileño Carlos Rincón con el ‘skyline’ de la capital, un micromundo agitado que concibe «como un pequeño pueblo». Es, en esencia, el «corazón del barrio». Tiene frescas las vicisitudes que ha sufrido este icono de La Latina que mira tan de cerca a otro enclave: el teatro de Lina Morgan. El espacio comercial, que funciona bajo la figura de «cooperativa de servicios», bulle en la media mañana y no solo con las actividades de la compra y venta. Tras los avatares sufridos por la crisis económica de 2008 y sus derivadas, Marta González se encuentra en el inicio de su gestión un recinto sin ascensor, sin cristales y expuesto a los elementos, con veinte puestos y viviendo un «limbo legal» en el que no se podían abrir nuevos locales. En 2018 el ayuntamiento decide no derribarlo, y en cuatro años se adecúa su actual funcionalidad.Ascensor panorámico dentro del mercado IGNACIO GILLa filosofía, pues, lejos de otras plazas de abastos de Madrid, es la de no transitar por la vía del ‘recinto gourmet’, sino que abarque otros ámbitos; la paquetería, un bufete jurídico (El bufete del Mercado, con cristaleras diáfanas y un artículo expuesto sobre la okupación desde el punto de vista de la abogacía) y hasta una galería de arte, La Pecera. González rememora, también, cómo la relación con el cliente no se frenó por la pandemia, cuando La Cebada puso en funcionamiento, o mejor dicho, reforzó, un servicio de reparto a domicilio que se mantiene. Que nadie se asuste con la faceta más de ocio del lugar: existe, claro, el placer consentido de la degustación directa en el expositor. El término es el de «degustación directa», y el sentido es ya lo bastante amplio.La Cebada la hacen sus dependientes. Juan Carlos Hernández, frutero, lleva «35 años en el oficio» de los 59 que le contemplan «aunque no los aparente». Segunda generación y una anécdota descacharrante: «Una señora por Navidad me pidió una piña, la cocinó en el horno, y a los días vino a reclamarme que no habían brotado piñones». Según sus propias palabras, «en un puesto te puede pasar de todo». Ríe y calla por no revelar anécdotas de índole quizá más procaz o más íntimas. Javier Valle, de la carnicería Valle («más de cien años»), representa al comerciante más antiguo del recinto con esa prestancia que sólo se aprende cuando hay por medio un mostrador que, más que dividir, une dos mundos. Enseña con orgullo una foto del día en que Malena Alterio fue a pasear por allí su Goya de 2024, y eso aunque «sea básicamente vegetariana», lo que evidencia la simpatía, que es aquí cortesía del tendero. Alterio recogió el galardón en Valladolid este año, y se refirió a «su gente», esa gente cotidiana que también pulula entre pescaderos y verdulerías. Valle reflexiona sobre el plus de los alimentos de temporada y la realidad, no incómoda, de que «todo dependiente tiene que tener algo de psicólogo», un psicólogo que contemple cómo las personas mayores «dejan un rato la televisión, tienen contacto con la gente, y aunque digan que no pueden estar más de una hora de pie», pasan el tiempo pegando la hebra y eso el lo ve como «salud».Javier Valle, regente del comercio más antiguo del mercado IGNACIO GIL Sobre el público también tiene su criterio Miguel, segunda generación, desde ese observatorio de la condición humana que es la frutería Bejarano. «Para esto te tiene que gustar mucho la profesión, el trato con la gente». Y a lo que se ve le sigue complaciendo la interacción con la clientela después de cuatro décadas. De la misma cuerda es el último en llegar a La Cebada, Sergio Arce, un madrileño enamorado de Cantabria que con su colmado Cantabria, abierto literalmente «hace dos semanas», cumple el sueño de promocionar a la ‘tierruca’ de una forma más directa. Sabe de lo que habla: fue metre en el Ritz. Quizá el de La Cebada sea, aparte la anécdota de Alterio, el ‘mercado del celuloide’ y el lugar cotidiano donde cada día se inaugura un ‘foro en el corazón del Foro’. Allí tiene la exalcaldesa Manuela Carmena un puesto solidario, Zapatelas, especializado en zapatos de tejido y otras prendas confeccionada por presos y personas en riesgo de exclusión social. Un oficio menestral que contrasta, por ejemplo, con una tienda de videojuegos retro o con un estudio de arquitectura. Lejos quedan, con esta nueva vuelta al concepto mismo del mercado, las estampas matritenses en las que los ciudadanos de antaño se hacían, a la hora de cierre, con todo el condumio posible para elaborar los platos que luego formarían el recetario de los platos de casquería. Pero lo castizo pervive, justo antes de terminar la visita, el bar Toñi, dentro del recinto, viene anunciado por cartel setentero cortesía de una famosa marca de bombillas. En la barra, un parroquiano apura un café en vaso, a deshoras, y sigue dando la estampa ‘madriles’, tierna y cotidiana. La de los dos bares (Toñi y La Duquesa) que, en un espacio reducido, ponen el esparcimiento como principal producto.MÁS INFORMACIÓN noticia No Con yogur de Sacramenia y fresas de La Granja: así es el dulce conmemorativo de la proclamación de Isabel como reina de Castilla noticia No Dónde comer buenos dumplings en Madrid: lugares imprescindiblesPor la fecha de 1875, cuando vaya llegando junio, su gerente quiere y espera, además de la institucional, «una celebración especial» con acento «en la gente, en sus trabajadores». Brinda con un godello por cortesía de Sergio Arce, se moja los labios, y vuelve a sus múltiples labores. Es un lugar que lleva siglo y medio vertebrando un barrio, con sus vaivenes, y ya, hoy, muy lejos de esa aseveración de Benito Pérez Galdós, quien, en los ‘Episodios Nacionales’, recreaba a la «plazuela de la Cebada» con un «ambiente villanesco y zafio» cuando recreó el ajusticiamiento de Riego.