Crónica de ‘Sonoridad M’: Argentina mayúscula
La historia del cante de las mujeres no cabe en los casi cuatro minutos que se ha dedicado en nombrarlas el espectáculo de este martes en la Bienal de Sevilla, ni siquiera en los más de 100 que ofreció Argentina en un recital de alta categoría. Fue sólo un botón, pero de oro. Fue un acercamiento, no obstante certero. Un ensayo cantado. Un diccionario largo en figuras; una enciclopedia vasta en flamencología. El Teatro de la Maestranza se abría por penúltima vez en esta edición para recibir a una de las referencias del arte cabal del momento que, como otros artistas cercanos a su generación, han propuesto para la gran cita una reivindicación de lo viejo y, en el caso de la la onubense, además, en femenino. ‘Sonoridad M’ , en mayúsculas esa letra que bien puede ser de mujer, de madre, de melodía, de magia. O de maravilla. Una noche única, otra más. Un nuevo encuentro de la capital andaluza con Argentina que, después de pasear su ‘Idilio’, de impulsarse en los Jueves Flamencos, de poner voz y rostro al olematón, volvía a Sevilla para poner una pica en el coliseo del Paseo Colón. No se llenó, pero sí colmó todas las expectativas de un público entregado a los matices de un repertorio conducido por la voz en off de la protagonista. Sobre el escenario, ella fue la única, aunque se rodeó de hasta cuatro guitarras y otros cuatros palmeros, sin embargo, ‘Sonoridad M’ ha sido la exhibición más coral de las que se han celebrado en esta Bienal. Empezando por María de las Nieves y La Dolores, pasando por Mercedes La Serneta y La Niña de los Peines, viajando a Cádiz con La perla, y Utrera con Fernanda, de Utrera, con La Piriñaca, María Vargas, La Marelu y muchas más. La cátedra echó la vista atrás, a 1842 y se detuvo en cada fraseo de la onubense, en el vaivén de sus brazos para acompañar a un ritmo sabroso, en la calidad vocal de cada ayeo, en un cante a veces dulce, otras grave, siempre entregado. Vestida de blanco y con delantal y mantoncillo de flores, la silueta de la onubense se adivina sobre un fondo naranja mientras su propia voz narra cómo el arte de las primeras mujeres cantaoras quedó relegado al ámbito privado, pese a que surgieron a la misma vez que el de los hombres. Los quejíos de esas gargantas se superponen a la de Argentina en la nana, aún sin hacerse la luz. Martinete, soleá, siguiriya… la cantaora hace un recorrido al principio por los palos más tristes, siempre cantando al amor o a los amores a mal traer. La puesta en escena va guiando al repertorio. Una mesa grande con cinco sillas, otra con cuatro, dos eneas solas en un extremo, otras dos en la delantera. Con José Quevedo ‘Bolita’ sola, o con un magistral Jesús Guerrro. Con los dos, y con Eugenio Iglesias, también. La escenografía tiene un importante papel en ‘Sonoridad M’, que vuelve a tomar el tono de documental en la primera salida del elenco a bambalinas. A la vuelta, Argentina, que se ha quedado sólo con su vestido blanco sin más adorno, cuenta y canta la historia de una de esas artistas que fueron silenciadas, probablemente, dice la voz en off, «por la profesionalización del flamenco». Consagradas a la vida familiar o simplemente obstruidas por la prohibición de un padre, como confiesa Fernanda de Utrera: «Al principio no quería que nos dedicáramos a esto porque no quería que la gente pensase que vivía de nosotras». O de un marido (Paco Olivares), como cuenta la historia de ‘La ruiseñora’, que Argentina remata con arte y frescura. «Dónde está el agonizante/ Que entre la noche y la aurora/ Se muera cantando un cante/¡Ah, Ah, AhMejor que La Ruiseñora.«¿Dónde vamos?» «A Sevilla». grita la cantaora onubense encaramada con todo su elenco al estrado a un coro de jóvenes flamencas ( y dos chicos) que se postran a sus pies. Otra letra de amor, pero a Sevilla, cantada y bailadas, aunque algo desconcertante para el auditorio por el sonido de las cuatro guitarras y el constante gesto de la cantaora para ajustarse el peinado. La estampa en cualquier caso es graciosa, colorida, luminosa. Como las alegrías de La Perla. Pasea Argentina por la muralla real camino de nuevo a las entrañas del teatro. Aún queda una tercera parte, que llega después de ese listado (en voz y en la proyección otros distintos) de nombres de cantaoras.No se puede aquí poner la relación por motivos de espacio, sólo vamos a escribir el último. Argentina. La choquera como eslabón, investigadora, continuadora y creadora. Que tira por malagueñas, se acrecienta en la granaína y de ida y vuelta se pavonea diciendo que «cantando la colombiana se vive mejor».Si estuvo Sevilla, cómo no Huelva. Como en el Evangelio de San Juan, en la Biblia de Argentina se deja lo mejor para el final. Al menos lo que más espera el respetable. Se puede impartir magisterio metaflamenco con el fandango. Por el de Juana María, «que es diferente al cantar» y se puede pregonar el amor por la tierra con los versos más sencillos. «Soy de Huelva la choquera, que es la tierra del fandango. El fandango de mi Huelva es mi alegría. Yo te digo que te quiero». La artista, con un traje negro de lentejuelas brilla con las bulerías finales y el largo aplauso obliga a un bonus con más fandangos y unas bulerías con letras más ligeras como Sueño de Amor’ o el María Mercedes. Algunos asistentes reparan en que tienen entrada para el Central. El tiempo ha pasado volando. Casi dos horas, casi dos siglos.