Volver al Betis
Al Betis solo se va una vez, todo lo de después es volver. No con la frente marchita, sino a donde el alma tirita, al lugar en el que te enseñaron a querer por encima de las circunstancias, al único sitio en el que la inmortalidad tiene una galería escondida, un pasadizo clandestino. Uno no puede elegir los dolores, sobre lo único que mandamos es sobre las pasiones. Por eso la hija de Don Francisco José Rodríguez Herrera no lo dudó un segundo al toparse en redes sociales con la encomiable labor de la Fundación Ambulancia del Deseo . Si su padre tenía un anhelo por cumplir después de varios ictus y de perder la movilidad, era regresar al lugar donde había sido feliz, al coliseo de las almas nobles: al Villamarín. Era la primera y la última voluntad de un reo eterno de las trece barras. De un señor de 81 años que no había pisado el templo de sus desvelos desde antes de la maldita pandemia. Se notó en sus ojos brillantes, que centelleaban al arribar, que se movían al ritmo de la plenitud en la camilla, al son de las banderas del Gol Sur. Se palpó en las caras de su familia, en la voz de sus seres queridos. El partido era contra el Espanyol, pero podría haber sido contra un equipo de la cuarta división de Azerbaiyán. Daba igual, había ido a ver al glorioso, a sentir otra vez esas cosquillas de los domingos al sol, ese calambre inenarrable de las citas con un amor antiguo. Tumbado, con la cabeza alta, movía entre sus manos una bufanda. Era el péndulo de la vida bailando sobre la muerte, la esperanza chuleando a los pesares, el saber que el tiempo pasa a un segundo plano cuando se cuenta en el marcador de los sueños. Paco era el Betis encarnado, la filosofía del último suspiro. Un niño dentro del cuerpo de un abuelo esperaba paciente en una esquina del verde. Su experiencia le chivaba lo que iba a ocurrir. Muchos años ya para saber de qué va esto del Balompié, para comprender cómo funciona el engranaje de lo extraordinario. Dicen los que lo vivieron con él, que el socio 103 sentenciaba que iba a llegar el gol. Y lo hizo en el 85 a través de otra persona que está experimentando lo que es retornar a la Avenida de la Palmera. Un argentino tímido, rarezas nuestras, que ha encontrado aquí la horma de su genialidad. Lo Celso le regaló su camiseta al hijo pródigo y terminó de redondear la alegoría: El Betis es eso que a la vez te quita y te da años de vida, la única institución capaz de aunar la puerta grande y la de la enfermería. Del Betis no se sale porque no se puede escapar de lo perpetuo. Al Betis se vuelve, como si fuera la primera y la última vez.