Un tesoro único del nuevo archivo de la Armada: libros que desvelan los delitos de los condenados a galeras

Dos párrafos, una gota en un mar de tinta que abarca más de mil páginas, salvan del olvido al sevillano Francisco de Contreras , un «soldado» con «buena constitución», «arrugas naturales en la frente y nariz gruesa». Para su desgracia, también desvelan el crimen que le llevó a las tripas de una galera de Su Católica Majestad a mediados del siglo XVII : «Fue condenado a remo y sin sueldo porque salía de noche en compañía de otros y robaban a los que venían, faltando a sus obligaciones». La última anotación sobre él se hizo seis años después, cuando ya había expiado sus pecados: «Se declara que ha purgado el delito que se le imputó y que se le dio la libertad en el Puerto de Santa María».«¡Un final feliz para la historia!», bromea María del Carmen Terés Navarro . La que fuera directora técnica del Subsistema Archivístico de la Armada, hoy colaboradora jubilada de la institución, pasa una página, colosal y amarillenta, después de terminar la lectura. El tomo no podría ser más gordo, pero la experta no teme perder la referencia. «He trabajado mucho con él durante años», explica a ABC. Nos hallamos en la nueva sede del Archivo Histórico de la Armada, la ‘Juan Sebastián de Elcano’, y, frente a nosotros, lucen impávidos tres Libros Generales de la Escuadra de Galeras de España . Esos que servían a la Corona para llevar un registro de todo aquel que se subía a uno de estos buques. Los que lo hacían por voluntad propia… y los que no tanto.Noticia Relacionada estandar No El mito de las cuatro islas perdidas del Pacífico que pertenecen todavía a España Manuel P. Villatoro En 1948 nació el bulo y, desde entonces, se ha extendido que sería posible obtener la soberanía de Guedes, Coroa, Pescadores y Ocea«Conservamos 25, aunque seis de ellos están en restauración. Seguro que había muchos más, pero el resto han desaparecido por el paso del tiempo», explica Terés. Son pequeños tesoros y únicos en el Mediterráneo . La experta señala el título del que todavía lee, en busca de una historia más que desvelar: «Este recoge a los forzados, los condenados a pena de galeras, pero también había de esclavos y de ‘gente de cabo’, la tripulación». Hoy tocamos historia viva del Imperio español , aunque con guantes; normal, pues los libros que custodia la sede ‘Juan Sebastián de Elcano’ suman a sus espaldas casi tres siglos. «Abarcan el período de 1624 a 1748, y son unas auténticas joyas históricas. Es cierto que cada galera tenía su propio alarde o listado, pero volúmenes generales, solo hay estos», completa.Violadores y asesinosArranca la experta por el tomo dedicado a los forzados; y no por casualidad, sino porque esconde la información más jugosa. O «con más chicha», como repite con sorna. Está fechado en 1624 y se guardaba con celo en la Contaduría de las galeras. «Estos libros eran básicos para llevar la cuenta de la condena del reo y para entregarle un certificado de que la había cumplido», señala. Y añade que fue a partir de 1530, con Carlos I , cuando se empezaron a conmutar las penas más graves –asesinatos, mutilación, destierro…– por años de galeras. ¿Cuál fue la razón?, preguntamos. «¡La falta de remeros para luchar contra los piratas!», confiesa. Los datos son soberanos: cada buque necesitaba unos 144 remeros durante el primer cuarto del siglo XVI para maniobrar.Como todo en el Imperio español, la llegada de los forzados a los buques estaba regulada al milímetro. Cuando arribaba una collera hasta la Contaduría se abría un asiento general en el que se apuntaba su procedencia y la fecha. Después, un barbero rapaba y afeitaba a los presos. Por último, las autoridades los despojaban de sus ropas. «Así, el contador podía ver las marcas que tenían por todo el cuerpo y registrarlas en una entrada independiente del libro de galeras», añade la archivera. Cuantos más datos, más fácil sería identificarlos en el buque. Terés lee una de ellas para que nos hagamos a la idea: « Jácome Agustín , hijo de Andrés, natural de Viana en Alemania. Blanco, arrugas naturales en la frente, ojos pequeños y azules, orejas grandes, de 26 años».Terés revisa uno de los Libros Generales de Galeras ERNESTO AGUDODespués, el escriba dejaba sobre blanco el tribunal que había sentenciado al desdichado y el porqué de su pena. «Había de todo tipo. Desde un reo castigado por bestialismo, a otro condenado por cabrón», afirma. No necesita que le preguntemos para regalarnos una explicación entre risas: «Consintió que su mujer mantuviera relaciones con otro». Terés pasa páginas y páginas; busca algún delito pintoresco. Y al final, bingo: brota ante nuestros ojos un tal Sebastián Martín . «Fue condenado en seis años de galeras al remo y sin sueldo […] por andar inquietando a una mujer casada haciéndole muchas molestias, haberla arrojado una noche por la ventana y haberse resistido a la justicia», explica el asiento.Delitos los había para todos los gustos. Esteban Fernández sufrió la pena máxima, una década como remero, por «haber forzado a una mujer casada»; Alonso Álvarez , a cuatro por ser «un ladrón escalador de casas»; Benito Díaz , a cinco «por el Tribunal de la Santa Inquisición» tras «haberse casado por segunda vez siendo viva su primera mujer»… Podríamos llenar páginas y páginas. «Mira, este sorprende», advierte Terés. Y vuelve a leer en alto: « Bartolomé Alonso , natural de Santa Cristina, en Castilla la Vieja , […] fue condenado […] en diez años de galeras al remo y sin sueldo, y que no los quebrante, pena de vida, por haber hurtado en una iglesia una imagen de Nuestra Señora, ciertas joyas, y otras cosas». Le salió caro el asalto.Carmen Terés Navarro lee uno de los Libros Generales de Galeras ERNESTO AGUDOEste asiento suponía el grueso del contenido del registro, pero el contador dejaba un hueco en el margen izquierdo, y otro más debajo, para anotar el destino de los desafortunados. Lo que le ocurrió a Francisco de Contreras, el forzado que arrancaba este reportaje, era lo más habitual: ser liberado tras pagar la deuda con el monarca. Pero los días en galeras eran largos, y no era extraño que algún que otro reo volviese a delinquir. En ese caso, la condena se engrosaba. Pedimos un ejemplo, y Terés explora el tomo. ¡Eureka! Resulta imposible descifrar el nombre del preso, cosas de la letra de la época, pero sí se aprecia que las autoridades le sumaron más años por haber robado a un compañero «la ropa que se le había dado».El mejor de los destinos para los forzados, ese paraíso con el que todos soñaban, era abandonar el barco el mismo día en que terminaban su condena. Pero la realidad era mucho más dura. «Si la galera no podía amarrar en un lugar seguro, se veían obligados a quedarse como remeros a sueldo, los llamados ‘buenas boyas’, durante un tiempo. Eso les permitía, por ejemplo, recibir mejores raciones», sentencia la archivera. A cambio, también podían morir en acto de servicio. Cosas de la fortuna.Esclavos y tripulaciónPero la suerte de los forzados no era la más amarga que se podía vivir en las galeras. Peor fortuna si cabe sufrían los esclavos. Sí, esos que tenían todos los reinos de la época –no era cosa solo de nuestra Corona– y que podían llegar a la Contaduría de mil y una maneras. Terés las conoce bien. Mientras extrae de un estuche impoluto un Libro General de Esclavos , desvela algunas: «Sobre el papel eran propiedad del monarca. Los podía adquirir por donaciones de terceros, por trueques, por compra… Aunque lo más habitual era hacerse con ellos tras un combate». Abre el tomo y señala el margen izquierdo de los asientos. «Aquí se puede ver la procedencia. Había muchos ‘moros’, como se les denominaba en la época, turcos…».El asiento que explica la condena de Sebastián Martín, preso por inquietar a una mujer casada y arrojarla por la ventana ERNESTO AGUDOSus descripciones eran igual de exhaustivas que las de los forzados, «La idea era que se les pudiese distinguir en la galera», apostilla. Se obviaban sus apellidos, pero sí se apuntaba quién era su padre; al fin y al cabo, los nombres solían repetirse. Busca la archivera a su siguiente presa y, tras hallarla, recita el texto: « Abdalá , natural de Alcolea, hijo de Alí, de 25 años, mediano, barbinegro, señal de herida en el carrillo derecho y otra sobre la ceja derecha, ojos pardos». Al parecer, fue atrapado por europeos en el Mediterráneo: «Cautiváronle unos franceses que llevaron la presa a Sanlúcar. Él y otro se compraron en la dicha presa para un trueque».Abdalá fue el enésimo ejemplo de un esclavo capturado en combate. Joseph Alonso , por su parte, fue entregado en donación al monarca por díscolo: la familia propietaria buscaba que su marcha sirviera de escarmiento al resto de sus sirvientes. Así lo narra su asiento: «Doña María Victoria Alberó, vecina de la Ciudad de San Felipe, ha hecho cesión al rey de un esclavo […] con el fin de que se le dé aplicación competente, por ser incorregible y de malas propiedades».Noticias Relacionadas estandar No El arte de la ejecución La maldición de trabajar como verdugo en la España del XIX: «Eran odiados» Manuel P. Villatoro estandar No ABC PODCAST Las mentiras del cine sobre los asedios de castillos en la Edad Media Manuel P. VillatoroEl último tesoro que nos presenta la archivera es un libro de ‘gente de cavo’. Porque sí, en la época se escribía con ‘v’. «Este grupo estaba formado por otros dos: la gente de mar y la gente de guerra. En la práctica, la tripulación que se ocupaba de la nave por un lado, y los soldados por otro», añade Terés. En su caso no había descripciones físicas; lógico, ya que no se buscaba identificarlos. «Apuntaban los sueldos, los destinos, las ventajas…», completa. Datos básicos para la historiografía, de eso no hay duda. Aunque, como añade la experta, «con algo menos de chicha» que sus hermanos. El innegable morbo del delito, que siempre atrae.

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