La importancia de llamarse Antonio Hitler Ferreiro: «Todos tenemos derecho a ser quienes somos»
Un día, Juan Tallón (1975) tuvo un sueño: llegaba a su casa y, al abrir la puerta, se encontraba con dos personas a las que no conocía de nada: su mujer y su hija. Qué susto, ¿no? «Acababa de comprarme un piso en Santiago y vivía solo. Me parecía que era imposible ser tan feliz, así que quizás para compensar tuve esta pesadilla. Fue terrible. Ellas se comportaban con tanta naturalidad y tanto afecto que me parecía inconcebible que no fuesen mi mujer y mi hija. Entonces asimilaba la situación. Y de pronto lo peor no era tener una familia de desconocidos, sino que no podía hacer nada al respecto. Ni siquiera mostrar sorpresa. Porque ¿a quién le iba a contar que yo venía de otro mundo?», se pregunta el escritor, que luego deja un silencio y cierra el chiste: «Hay que tener cuidado con lo que sueñas» (ahora tiene mujer e hija, y unos cuantos años más).Aquella pesadilla le persiguió tanto que acabó convirtiéndose en una obsesión en el mundo de los despiertos. Tallón volvía una y otra vez a aquella angustia, ya tenía identificadas hasta las fases del impacto: la incomprensión, la angustia, el duelo por todo tu vida anterior a esa nueva realidad, y la reconstrucción. Todo eso está en ‘El mejor del mundo’ (Anagrama), una novela que ha escrito huyendo de ‘Obra maestra’, en la que narró la desaparición de una escultura de Richard Serra de treinta y ocho toneladas del Museo Reina Sofía. «Necesitaba alejarme de todo lo que había supuesto ‘ Obra maestra ‘. Y es entonces cuando decido trabajar sobre este máximo disparate», asegura el autor, al que le ha dado por saltar de un absurdo a otro, una constante en su literatura. «Será por mi forma de mirar el mundo, por mi sentido del humor».En esa búsqueda de lo extraño, de lo desconocido, del susto, Tallón decidió bautizar a su protagonista como Antonio Hilter. «Bueno, se llama Antonio Hitler Ferreiro. Nada gratuito en este nombre», ríe. «La novela nace y se construye sobre una muy poderosa experiencia de la extrañeza. Ocurre algo absolutamente extemporáneo, epistemológica y ontológicamente imposible, y el nombre solo es una capa más en esa extrañeza. Me planteé un nombre extranjero para un personaje natural de Galicia. El primero que me vino a la cabeza no fue Hitler, pero no tardó en aparecer Hitler. Y apareció con la fuerza de esas ideas que en los primeros cinco segundos te parecen geniales, y que después se empiezan a matizar y se sitúan en ese punto en el que no sabes si es una idea fantástica o si es una idea nefasta. Pero para mí ya era imposible rehusar ese apellido», recuerda. ¿Pero por qué Ferreiro? «Es terrible apellidarse Hitler, pero si es Hitler Ferreiro no es tan terrible, es casi paródico», suelta. El atrevimiento, por cierto, tiene su base histórica, a su manera. No solo porque Tallón justifique el apellido alemán en Vilardevós (Orense) por las minas de wolframio, sino porque ha habido muchos Hitler a lo largo de la historia. «Los apellidos se legan y las sagas se bifurcan. Es perfectamente posible concluir que ha habido y hay otros Hitlers. ¿Cómo ha debido ser vivir con ese peso del que obviamente ellos no son responsables? Tienen derecho a su identidad onomástica, obviamente. Tienen derecho a ser las personas que son. Antonio Hitler Ferreiro se sobrepone a este apellido, no reniega de él», responde Tallón. ¿Y usted se hubiese cambiado el apellido? «Me lo habrían cambiado ya mis padres, que seguramente a su vez ya se lo habían cambiado de sus abuelos y ya habría desaparecido hace tiempo». La novela, aventura Tallón, tiene algo de juego, por eso es una cosa tan seria. «La forma de gestar la literatura es siempre placentera. Y en cierto sentido el placer remite también al juego. Es un juego de construcción: tienes que levantar una estructura, tienes que articular una trama, un argumento, pieza a pieza. En este caso el reto era partir de una situación absurda, que nunca se va a producir, y generar sentido a partir de ahí. Eso solo lo consigue la literatura». Antonio Hitler Ferreiro, sí, se cuenta aquí con dos vidas: en una sueña con vender ataúdes de oro, en otra es director de un museo de arte contemporáneo; en una está infelizmente casado y tiene una hija; en otra es dichoso con su mujer y no tiene ninguna boca que alimentar; en una Hitler es Hitler, y en otra Hitler nunca existió, ni siquiera como pesadilla. Lo que no está claro es cuál de esos dos mundos es mejor.