La fortuna favorece a los valientes

Lo Celso —¡otra vez!— dio la victoria a los suyos con un nuevo gol, pero el protagonista de la tarde fue, sin duda, Ez Abde. El internacional marroquí del Betis volvió a mostrarse eléctrico durante todo el partido, y fue en una de sus múltiples internadas cuando fue derribado en el área: penalti. El extremo verdiblanco pidió el balón con decisión, mientras Pellegrini se desgañitaba en la banda, ordenando que lo tirara Lo Celso. Abde erró. El enfado del técnico chileno fue monumental. También de una parte del público: estando en el campo un especialista como Gio, solo él debería lanzar las penas máximas, argumentaban algunos. Tal vez. Pero una ley no escrita en el fútbol dice que, si el que ha provocado el penalti se ve con confianza para lanzarlo, es difícil que el que está previamente designado para tirarlo le contradiga.Abde fue el último en retirarse a los vestuarios cuando el árbitro señaló el final de la primera parte. Cabizbajo y visiblemente afectado, recibió los aplausos de una buena parte de la grada, a los que él correspondió con un gesto de disculpa. Hay aficionados que jamás censurarán el hambre de gol, la personalidad y las agallas para asumir la responsabilidad. Lo fácil hubiera sido ceder ante la jerarquía y el mandato del entrenador. Pero Abde lleva unos partidos reivindicándose como un futbolista relevante que no elude el protagonismo. Es la pasta de la que están hecho los grandes jugadores.Frente a otros deportes, como el baloncesto o el balonmano, en el fútbol un detalle, un error, puede cambiar la suerte del partido, dado que se marcan pocos goles y, a menudo, quien logra perforar la red rival acaba llevándose el gato al agua. Depende del público censurar o perdonar esos errores.En la Semifinal del Mundial de 1998, David Beckham cometió un error infantil: tras recibir la falta de Diego Simeone, la estrella inglesa levantó la pierna y derribó al ‘Cholo’. El árbitro expulsó a Beckham y Argentina pasó a la final en la tanda de penaltis. La prensa fue durísima: «Diez leones heroicos, un chico estúpido», escribió el Daily Mirror. El apuesto rubio pasó de ídolo de masas a villano, de «Spice Boy» a «Stupid Boy». En un partido contra el Manchester, 8.000 hinchas del West Ham se presentaron con tarjetas rojas con el lema: «Traidor a la patria».El mismo público que antes le adoraba, le criminalizó: en la calle le insultaban, escupían y vilipendiaban. Cuando se paraba en un semáforo, algunos se bajaban de sus automóviles y golpeaban la ventanilla de su coche. Beckham entró en depresión: apenas comía y bebía. Sus padres tuvieron que dejar de asistir a los estadios de fútbol porque les recriminaban. También su novia Victoria —de las Spice Girls— tuvo que aguantar el tipo en el campo de fútbol, en la calle. Dicen que Beckham jamás volvió a sentir una sintonía total con los aficionados de su país.El primer balón que Abde tocó en la segunda parte fue recibido con una ovación por parte de un público que sabe que es vital animar al jugador para que no pierda la confianza. Se le vio descentrado en los primeros compases, pero después se rehizo. En el minuto 53, a punto estuvo de batir al guardameta rival, pero la suerte le fue esquiva. Siguió insistiendo por su banda durante todo el partido, lo que agradecieron los más de 53.000 espectadores que acabaron reconociendo su esfuerzo y tesón.«Errere humanum est», decían los antiguos romanos. Pero también eran partidarios de otro axioma: «Fortis fortuna adiuvat»: la fortuna favorece a los valientes. Si no ha sido en este partido, será en el siguiente. Pellegrini sustituyó a Abde en el minuto 87 para que, a falta del premio en forma de gol, recibiera el cariño del público, que le dedicó la mayor ovación de la tarde. ¡Larga vida a los valientes!

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