La pausa de hidratación ultra
El Atlético de Madrid es, por desgracia, un equipo secuestrado por sus ultras. Esos supuestos aficionados que, cuando las cosas no marchan bien, deciden interrumpir el entrenamiento de sus jugadores o le lanzan huevos a su propio portero. Han creado ahora una nueva regla, inédita hasta el momento: el tiempo muerto en el fútbol. Te marcan un gol y tienes quince minutos para irte a la caseta y recomponer filas. La pausa de hidratación ultra la podríamos llamar. Un espectáculo tan grotescamente infantil como ese niño que, enfadado por perder jugando a la Playstation, desenchufa la toma de corriente y se encierra llorando en su cuarto. La mejor decisión que pudo tomar Florentino al poco de llegar al club no fue el fichaje de Figo, ni siquiera vender la Ciudad Deportiva, fue disolver esos grupúsculos de desnutridos mentales que se esconden bajo gorras y pasamontañas. Menos mal que Cerezo dice que al estadio no van antirracistas ni racistas, que suene como ese chiste de «Ni frío, ni calor: cero grados». Ver a Simeone, Koke y Giménez pidiendo permiso a un grupo de encapuchados del fondo para poder reanudar su trabajo era como estar viendo a Bill Murray intentando hacerse entender con el director japonés de su anuncio de whisky en ‘Lost In Translation’.Dijo Gil aquella mítica frase de «la culpa fue mía por tratar a los futbolistas como personas». Podríamos decir ahora que la culpa es de los dirigentes por tratar a los ultras como personas.Ciñéndonos a lo estrictamente futbolístico, el derbi en el Metropolitano lo empató sobre la bocina Ángel Correa que, otra vez más, rescató al Atlético de Madrid. Admito que este jugador es una debilidad personal. Pocos jugadores encarnan mejor que el argentino el ingrato rol de jugador número 12. Ninguna queja jamás. Ningún ultimátum al club ante la falta de minutos. Ningún afán de protagonismo. Ningún pulso a su entrenador. Hace poco hasta tuvo que presenciar desde la banca cómo el hijo recién llegado de Simeone le adelantaba en la rotación. ¿Su respuesta? Callar, salir y marcar un gol. Sin gestos, sin recados.El que, en cambio, quedó retratado justo en la jugada anterior fue un Endrick que no supo leer el momento ni la situación del partido. Tomó una decisión precipitada y ansiosa chutando a puerta como ante el Stuttgart. La ocasión era parecida; el resultado y el escenario, no.Noticia Relacionada El árbitro de Abc estandar No Busquets Ferrer, controló el partido pero tuvo que ser rescatado por el VAR Martínez Montoro El colegiado se mostró seguro a la hora de parar el partido por el lanzamiento de objetos pero necesitó la asistencia del videoarbitraje para no fallar en dos acciones claveAlgún día en el mundo del fútbol alguien se dará cuenta de que nada hay más letal para desconcertar a un rival que mostrarle una indiferencia total. Tratarle con frialdad, como si fuera un desconocido jugador visitante de un equipo cualquiera. Lo contrario genera el efecto de meterte con un palo en la cueva del oso. Inflas su orgullo. Pero nada hay peor que no saberse temido. El látigo del silencio. En ese inolvidable final de ‘El secreto de sus ojos’, el asesino que lleva aislado y preso 25 años por el marido de su víctima le pide a un atónito Ricardo Darín: «Por favor, pídale…pídale que por lo menos… me hable». Lo que le estaba consumiendo no era su propia conciencia, ni sus actos pasados, ni siquiera el hecho de vivir cautivo, era su indiferencia.