La Rosa era la Magna

La procesión magna del 8 de diciembre, con sus 40 horas, sus 21.500 sillas, sus dos carriles libres en el Paseo Colón, sus luces de Navidad y su millón de personas en las calles, será un éxito. Sólo la lluvia puede frustrar un evento para el que la ciudad lleva preparándose toda su historia, porque ésta es la capital mundial de la religiosidad popular, que se abarrota cuando salen el Señor y la Virgen. Y porque tiene más que acreditada la capacidad de organización tanto del Consejo de Cofradías como del Ayuntamiento. Será una oportunidad única para ver juntas a las principales devociones de Sevilla no sólo para el público sevillano sino para decenas de miles de visitantes de toda Andalucía y España que vendrán en peregrinación a ver al Gran Poder, la Macarena, la Esperanza de Triana, el Cachorro, la Virgen de los Reyes, Consolación de Utrera, Setefilla de Lora y Valme de Dos Hermanas. Pero qué duda cabe que a cualquiera se le quitarían las ganas de celebrar un evento de esta magnitud en una ciudad donde todo se convierte en polémica y se ataca sin piedad a los organizadores. La presión a la que se están viendo sometidos los miembros del Consejo y del Ayuntamiento es inhumana. El inmenso reto de plantear un dispositivo de seguridad, movilidad y coordinación de horarios, recorridos y vías de evacuación ha ido resquebrajando las relaciones entre quienes se sientan en la mesa de negociación, por la tremenda carga de responsabilidad que supone la Magna. Hay hermandades que aceptaron la invitación del arzobispo a regañadientes por la eclesialidad, fidelidad y obediencia al prelado, que trató con su mejor intención de poner un broche de oro a un congreso internacional donde participarán ponentes de primer nivel. Su antecesor, monseñor Asenjo, tras la frustrada y polémica iniciativa de poner en la calle a 14 pasos para celebrar el Vía Crucis del Año de la Fe, confesó haberse «vacunado» contra estas procesiones magnas. Porque, lo que a priori es un regalo para la ciudad, se acaba envenenando y ocasionando una controversia que no compensa en absoluto la iniciativa que, además, se sale del canon tradicional de Sevilla y de un sentido de la medida que se ha ido perdiendo por el exceso en la celebración de actos extraordinarios. Ahora que Sevilla ha podido leer sólo en ABC cómo será la arquitectura general de la Magna, y todos sus detalles, y mientras se van cosiendo los retales de una negociación donde todos han acabado heridos, uno se pregunta qué hubiera pasado si el anuncio de la Rosa de Oro a la Macarena hubiera llegado antes que el de la Magna. A la Virgen de la Esperanza le concede el Papa la mayor distinción a una imagen devocional, entrando así en un selecto club de apenas una veintena en todo el mundo. Así, tras un frenesí de coronaciones canónicas que no han hecho más que desvirtuar el verdadero sentido por el que se empezaron a conceder en el siglo XX. Y éste sí es un motivo de máxima relevancia para que la ciudad hubiera celebrado con la Macarena la entrega de tal distinción en un lugar privilegiado, concluyendo con una procesión triunfal que bien podría haber sido la clausura del Congreso Internacional de Piedad Popular, que lleva por título ‘Caminando en Esperanza’. La Rosa era la Magna… pero llegó tarde.

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