Luis Cernuda en Aracena

En la sierra, durante el pasado mes de agosto, conversábamos con el artista sevillano Miguel García Delgado, escultor realista que ideó un proyecto escultórico en homenaje a Luis Cernuda en la plaza de Molviedro con motivo de su centenario. Miguel, autor, entre otros, de la estatua ecuestre de la Condesa de Barcelona y de esa delicada joya funeraria que es el mausoleo del torero Manolo González, otro olvidado, imaginó convertir la plaza en un espacio donde la poesía de Cernuda envolviera al visitante. Extrañas razones y oscuros recelos dieron al traste con aquel original proyecto. Y hablando de Cernuda recordábamos que el último mes de agosto se cumplieron 90 años de que Luis Cernuda escribiera en Huelva, después de unos largos paseos por la costa, su conocido poema ‘A un muchacho andaluz’: «Te hubiera dado el mundo, / muchacho que surgiste / al caer la luz por tu Conquero, Tras la colina ocre / entre pinos antiguos de perenne alegría.» Era el verano de 1934 y el poeta de ‘Ocnos’ realizaba una expedición por Andalucía formando parte de las Misiones Pedagógicas. Cernuda recorrió, cámara fotográfica en mano, gran parte de la provincia de Huelva. Calañas, Aracena, Ayamonte, Isla Cristina, Huelva o Moguer fueron algunas de las localidades que formaron parte de aquel itinerario que daba a conocer el Museo del Pueblo, una especie de antología ambulante que llevaba —de una ciudad a otra— copias de las grandes obras de la pintura española. Gran aficionado a la fotografía, Cernuda no solo cuidaba bien sus retratos —según vemos en esos impecables posados con pantalón blanco y chaqueta veraniega cruzada o sostenida en las manos con delicadeza— sino que recogía, con precisión velazqueña, estampas del natural, de niños sonrientes jugando en la playa y pescadores recogiendo sus artes. Aunque no es mucho, parte de lo que sabemos del paso de Cernuda por Aracena es gracias a la necesaria biografía de Antonio Rivero Taravillo. El Museo del Pueblo estuvo en esta localidad entre el 15 y el 20 de julio, fechas en las que se expusieron las copias -algunas realizadas por Ramón Gaya- ilustradas por conferencias a cargo de los integrantes de la misión. En carta dirigida a Bernabé Fernández-Canivell el 18 de julio, Cernuda dice de Aracena que era un «pueblo quieto y blanco como un fantasma de mediodía». En esta breve carta se admira de la Gruta de las Maravillas, por lo que suponemos que visitó sus «lagos interiores y fantástico decorado natural». Se conservan algunas de las instantáneas que el poeta tomó durante su estancia: unos arrieros, la iglesia del convento de Santa Catalina Mártir con su imponente escalinata y su portada de ladrillo rojo y la estampa cobriza de un patriarca -probablemente un egipciano vendedor de cacharros- sentado sobre silla de enea con su sombrero levemente inclinado, las piernas cruzadas y una vara portada con gesto patricio. Durante esos días, el poeta estuvo acompañado por un viejo amigo sevillano de la calle del Aire, Carlos García Fernández, que tenía el buen gusto de veranear en la sierra. García Fernández no se separó de su amigo de juventud en los cuatro días que estuvo en Aracena y escuchó las conferencias de Cernuda, jefe de aquella expedición, asegurando que estaban «llenas de amor al arte y a la historia de España». Por Joaquín Caro Romero sabemos que Carlos García Fernández fue doctor en Derecho y Académico de Buenas Letras, pero antes de todo eso fue un precoz colaborador de ‘Mediodía’, círculo del que recibió el título de benjamín. Otro fraternal amigo de Cernuda fue Higinio Capote, quien no solo había sido compañero suyo en las aulas de la Universidad de Sevilla, sino que habían servido juntos en los cuarteles de Pineda. En ‘Museo de la memoria’, el interesante libro de semblanzas que recientemente ha publicado el decano de las letras sevillanas, Juan de Dios Ruiz-Copete, Higinio afirma que Cernuda era «difícil de carácter, pero muy buen amigo». Según se cuenta, mantuvieron correspondencia y la amistad transoceánica hasta los últimos años del poeta. Poco más sabemos de su estancia en la sierra. Como dice en la breve carta a Bernabé pudo aprovechar la cercanía para visitar fugazmente Sevilla en esos días de verano, algo que no había hecho tras abandonarla amargamente en 1928 tras la muerte de su madre. Probablemente, testigo de ese regreso a la ciudad de ‘Ocnos’, es una conocida fotografía del poeta posando, con esmero y elegancia, cerca del río con la Torre del Oro al fondo. Desconocemos qué leía y si dejó escrito algún apunte, algún poema, en los días de Aracena. Aun así, nos gusta imaginarlo pensativo y solitario, paseando por los senderos de alcornoques y chopos, escuchando el sonido de algún arroyo, o leyendo bajo los castaños mientras, como le ocurrió a Marcel Proust, va emergiendo en su recuerdo la luz del tiempo perdido. SOBRE EL AUTOR Lutgardo garcía Poeta

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