‘La virgen roja’ (***): Los demonios del fanatismo y la mala educación
El caso de Hildegart Rodríguez Carballeira lo contó Fernando Fernán Gómez , con un guion escrito junto a Rafael Azcona y basándose en las crónicas del periodista Eduardo de Guzmán (Pepe Viyuela en la película), quien las convirtió posteriormente en libro. Retoma ahora la historia Paula Ortiz, desde otra perspectiva y con el singular carácter visual con el que suele componer el tejido de su cine, reconocible (para situarnos) en títulos como ‘La novia’ o ‘Al otro lado del río y entre los árboles’ .Se esmera la película en contar los antecedentes del caso, es decir, en describir la personalidad de Hildegart y muy especialmente la de su madre , Aurora, y situar a ambas en el entorno de la época, los años precedentes y primeros de la Segunda República , su pertenencia al Partido Socialista , su posterior abandono y acercamiento al anarquismo y su entrega activista a la causa del feminismo y la revolución sexual , siempre educada y alentada por la figura, realmente psicótica, de la madre. Y en esos antecedentes está el argumento que desemboca en los hechos ya muy conocidos.Noticia Relacionada reportaje No Paula Ortiz dirige ‘La virgen roja’: «Seguimos siendo hijos de los mayores sueños y pesadillas de la razón» Fernando MuñozLo que hace especialmente interesante ‘La virgen roja’ es el aliño formal que le prepara Paula Ortiz a ese argumento, el modo en que su cámara (cambia de nuevo de director de fotografía, aquí Pedro J. Márquez, pero no de sello ni de óptica) recoge lo imperceptible, como la obsesión, el influjo, la autoridad, el control, lo turbio y el progresivo trastorno, para lo cual la directora cuenta con una carta esencial: una actriz como Najwa Nimri , que sólo necesita una mirada de la cámara para dejar en ella síntomas de piel erizada: lo que piensa, lo que dice, lo que hace con su personaje ‘progresista’, ‘feminista’, ‘avanzado’, impresiona por su absoluto dominio de la escena; es como si la misma actriz fuera las tres presencias de ‘Rebeca’, la joven De Winter, el ama de llaves y el cuadro que cuelga .Alba Planas , que interpreta a Hildegart, compagina también sus varios perfiles entre la sequedad, la esponjosidad y la emoción de una libertad que nunca estuvo en la cabeza enferma de su madre, y parece sentirse cómoda en el papel de ‘mujer del futuro’, pero también en el de ‘pobre mujer’ . Siempre son discutibles y arriesgados los recursos visuales que utiliza Paula Ortiz para darle fuerza a sus ideas (caso, aquí, de la escultura que se resquebraja o de los juegos de tonalidades y texturas, el blancor del partido de tenis y la negrura de ambas), que cubren de mayor sentido y belleza un relato que resultaría, en seco, frío y feo… Se vuelca también por hacer respirable ese mundo que se desmorona con la presencia de la sirvienta , una excelente Aixa Villagrán .La ambientación es exquisita y sofisticada, con sus zonas turbias y sórdidas, y todo su caudal metafórico sobre una época, un país y una ideología (o más que ideología, ese tic paradisíaco que suele servir de envoltorio a la segunda república) le funciona de modo ambivalente, pues la idea, la educación, la libertad, el clima admiten en la comprensión de la historia las enormes comillas del dogmatismo, el miedo, el dominio, la vigilancia, el encarcelamiento, el crimen… Es decir, en la película revolotea la idea, pero también se dejan ver las comillas.